RÉGIMEN DE INTERNA - ESCLAVITUD MODERNA


Delia (54 años, Paraguay) vino a España hace 15 años. Licenciada en administración en Paraguay trabajó primero como gerente, luego tuvo su propio negocio. La crisis económica que golpeó su país la obligó a plantearse la emigración. Quería asegurar la educación a sus dos hijos. Cuando se marchó, su hijo tenía 10 años y su hija 16. Volvió a verlos 10 años después, ya como adultos y padres. Ahora poco a poco intenta recuperar la relación y el tiempo perdido, pero algo se había roto y la brecha sigue grande. Es difícil reconstruir algunas cosas, dice Delia. 

“Yo di todo lo mejor de mi para ellos, pero nunca pensé que mi ausencia les iba afectar tanto psicológicamente. Si sabia esto, ahora le diría a Delia, que no venía. No volvería hacerlo, la verdad, me quedaría allí con ellos, aunque vendiendo huevos o pescado o lo que sea, pero no volvería a dejar a mis hijos, si tuviera que retroceder en el tiempo.”

En España, Delia empezó a trabajar como empleada de hogar sin papeles ni contrato ya que para las mujeres migrantes latinoamericanas es prácticamente la única opción. La Ley de Extranjería les obliga a mantenerse en economía sumergida durante tres años, antes de cumplir este periodo no pueden ni siguiera empezar el tramite para regular su situación.  

Un año y medio después de su llegada, Delia fue detenida en una redada de policía, que el 23 de diciembre buscó por los supermercados a las empleadas de hogar haciendo compras navideñas para sus jefes. La llevaron al CIE con las bolsas en las manos. Consigo recurrir el orden de expulsión pero los juicios tardaron 5 años, mientras tanto, seguía trabajando sin papales, encerrada en casa de su empleador, saliendo una vez a la semana para dar un paseo. Tardo 5 años más en conseguir a alguien dispuesto hacerle un contrato y, en consecuencia, facilitar a que regulase su situación. En general los empleadores preferían tenerla sin papeles, para no pagar la seguridad social y evitar, como decían, rollos innecesarios con la Hacienda.

“En mi caso particular, los jefes con los que yo trabajaba si tenían mucho dinero, y todos son profesionales, que saben lo que es la ley, tienen sus abogados, gestores, no es que se meten en algo a ciegas…. Sencillamente, no querían hacerme el contrato.”

Durante 11 años Delia trabajó como empleada de hogar interna. Las empleadas de hogar, cuando hablan del régimen de interna, en general lo definen como una esclavitud moderna. Trabajan prácticamente 24 horas al día, estando a completa disposición de su empleador. No tienen tiempo ni para descansar, aun menos para hacer su propia vida. En muchos casos trabajan los festivos y los fines de semana, sin que esto se refleja en sus sueldos. Aun así, muchas aguantan porque los empleadores les prometen el contrato y ayuda en arreglar los papeles, cosas que pocos cumplen finalmente.

Como interna, Delia tuvo que limpiar un chalet de tres plantas, hacer compra, cocinar, planchar, llevar los niños al colegio y actividades extra-escolares, ayudarles en sus deberes y jugar con ellos cuando estaban de vacaciones. Se puso incluso a estudiar inglés para poder mejor ayudar a los niños en sus tareas. Viviendo en una habitación pequeña, escondida a ojos del mundo y situada al lado de garaje, los viernes por la noche Delia tenía derecho dormir en la habitación de los niños, mientras los padres se iban de fiesta. Las vacaciones pasaba con sus jefes, que se la llevaban a Canarias, a Baleares. No para que descanse, sino para que trabajase en horarios aún más intensos. Tenía que ir vestida de uniforme, en el avión, en la playa jugando con los niños, en las excursiones. A todas estas condiciones que, a diario le recordaban “su sitio”, se añadían malos tratos y discriminación.

“El señor me trataba mal, me decía: “usted que se cree, usted no piensa, usted no tiene que pensar, usted tiene que hacer lo que yo le diga”. Incluso me decía que yo era India y le impresionaba que yo sabia escribir, leer bien, que sabía conducir…. es que nunca me preguntaron que hacía antes. Todos los jefes piensan que nosotras somos ignorantes… pero cuando ellos me humillaban yo en mi mente me decía: yo soy mejor que ustedes!”

En su país Delia era un ejemplo de mujer independiente y autosuficiente. Los años de trabajo como interna en España, la detención y la experiencia del CIE hicieron que su autoestima cayó por los suelos. Empezó a entrar en una depresión hasta que, gracias a una asociación de empleadas de hogar (SEDOAC), se dio cuenta que no era la única y que muchas otras mujeres sufrían tratos parecidos. Empezó una terapia, se inscribió a talleres con abogados para conocer sus derechos, hizo teatro,  y poco a poco volvió a ser ella misma - “ahora después de tanto tiempo me pregunto como podía aguantar tanto…”- dice.

Consiguió arreglar sus papeles gracias a una familia que accedió hacerle un contrato. Ahora trabaja como empleada externa, dedicándose sobre todo a la limpieza. Tiene un pequeñito piso en el que comparte su habitación con una mujer que, como ella antes, trabaja de interna y viene pasar sólo una noche a la semana.

Durante la pandemia Delia sufrió la reducción del horario y en consecuencia, una importante reducción del sueldo. Pero, siendo empleada de hogar, y aun teniendo contrato y papeles en regla, no pudo acogerse ni a ERTE ni a paro.

En abril, bajo la presión de varios colectivos y asociaciones de empleadas de hogar, el gobierno aprobó un subsidio extraordinario para este sector durante el periodo de estado de alarma. Delia presentó su solicitud pero 6 meses después sigue sin ninguna respuesta. Piensa que en algún momento se lo van a otorgar, pero cuando recibiría algún pago esto ya es otra historia.

En la primera ola no tuvo más remedio que dirigirse a despensa solidaria para pedir comida, era eso o sino no le llegaba para pagar su alquiler. Ahora tiene 25 horas semanales de trabajo, lo cual le permite cubrir los mínimos necesarios. La pandemia le hizo sentir con más fuerza la soledad y la inestabilidad en la que vive desde hace 15 años.

Las empleadas de hogar, aunque dadas de alta en la Seguridad Social, no tienen derecho al paro y pueden ser despedidas por su empleador en el momento. En tiempo de Covid, muchas se quedaron sin nada. Las que trabajaban como internas o tuvieron que aceptar el encierro total en casa de sus empleadores o fueron despedidas encontrándose literalmente en la calle de un día para otro.

“Yo la verdad, cuando estaba en mi país me decía - Dios, primer mundo! España, lo mejor que pueda ver en Europa! - y ahora… 
Pasé muchas cosas malas aquí y me costó ver que tengo derechos como cualquiera. Sin nosotras las familias no van a salir a trabajar, no van a poder estar tranquilas si no tienen una empleada que les va cuidar a sus hijos o a sus padres, que les va dejar todo bien arreglado. ¿Por que entonces les cuesta tanto valorarlo?” 


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Para saber más: Entrevista con Edith, la portavoz de la Asociación SEDOAC (Servicio Doméstico Activo) en Madrid.

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